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Ladrillos para construir mejor

Ni siquiera un país próspero podría construir muchas escuelas con el precio del cemento a 40 dólares el saco, que es lo que cuesta en Kato, un remoto pueblo de la sabana al sureste de Guyana. A consecuencia de esto, los planes de construcción de esta comunidad se encontraban paralizados.

El problema radicaba en el transporte. No existen caminos ni ríos que conecten esta zona con la costa. Prácticamente todas las personas y cosas que entran y salen de estas comunidades amerindias lo hacen por medio de vuelos chárter. Donde se dispone de pista de aterrizaje, el kilo de carga cuesta un dólar; donde no la hay, el costo se multiplica.

Por esta razón, cuando el Programa Amerindio de SIMAP financiado por el BID decidió construir una escuela en Kato, el cemento no figuraba como opción. Carolyn Rodrigues, coordinadora del programa de SIMAP, tomó el reto. Había observado en el lugar un par de viejos edificios construidos con ladrillo cocido. “Si hay ladrillos, debe haber arcilla”, se dijo.

Ella descubrió que en el pasado los miembros de la comunidad fabricaban sus propios ladrillos. De vuelta a Georgetown, la capital, Rodrigues y el especialista sectorial del BID, Baudouin Duquesne, prepararon una propuesta para hacer renacer este arte en la zona. Con la ayuda de la comunidad, Rodrigues diseñó un proyecto para reintroducir la fabricación artesanal de ladrillos entre los jóvenes de Kato y de cuatro comunidades vecinas. Con un suministro regular de ladrillos, SIMAP podría financiar la construcción de proyectos comunitarios tales como escuelas y centros de salud un costo muy inferior. Los propietarios locales podrían además renovar sus casas a un precio asequible.

SIMAP llevó especialistas en la fabricación de ladrillos desde otras comunidades amerindias ubicadas a 200 kilómetros al sur de Kato. Estudiantes de cuatro comunidades vecinas tuvieron que buscar alojamiento para los dos meses de entrenamiento. Como durante ese período dejaron de aportar ingresos a sus respectivas familias, SIMAP acordó pagar a los estudiantes un pequeño estipendio.

En el primer mes, los estudiantes aprendieron cómo encontrar arcilla, hacer moldes, dar forma a los ladrillos, secarlos, construir un horno, colocar y hornear los ladrillos y, por fin, embalarlos para su transporte. Un estudiante interrumpió el entrenamiento para casarse, pero aplazó su luna de miel hasta terminar el curso. Durante el segundo mes los estudiantes construyeron un proyecto modelo: un centro de salud que la comunidad había solicitado.

El costo total del curso de entrenamiento fue de 18.000 dólares, incluyendo la construcción de la clínica. El único gasto en material para la fabricación de los ladrillos fue la soda cáustica, que se utiliza para evitar que la pasta de ladrillo se pegue a los moldes de madera.

En diciembre de 1999, 24 de los 25 jóvenes que iniciaron el curso de entrenamiento se graduaron en una ceremonia celebrada en un pequeño edificio cerca de la pista de aterrizaje de Kato a la que asistieron Rodrigues y Robert Kestell, representante del BID en Guyana. Antes de la entrega de diplomas, Patrick Gomes, director del curso, se dirigió a los estudiantes: “El éxito de este proyecto depende de que ustedes regresen a sus comunidades y pongan en práctica lo que han aprendido. Ustedes vuelven a sus pueblos en el papel de líderes”.

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